Deporte padre e hijo: un verdadero placer
Escrita en: Octubre 23, 2020
Esta semana he tardado en escribir mi artículo, no por otra cosa, sino porque no me gusta escribir lo que sea. Todos mis artículos salen de momentos que siento de verdad, es decir, cuando me está sucediendo o cuando lo estoy viviendo, digo: “¡De esto va a ser mi artículo de la semana!”. Y así fue…
Esta semana no me había llegado ese momento hasta hoy, que Pablo y Tomás iban a ir a andar en bici de montaña temprano y decidí, dado que ninguna de mis amigas corredoras pudo venir, irme con ellos. Pues resultó la corrida más gratificante posible.
Salimos temprano nosotros tres y Kala. Yo con reloj en mano porque se suponía que hoy tenía que correr 14 km, cosa que no logré y que no me importó en lo más mínimo porque los 9 km que corrí en compañía de Pablo, Tomás y Kala valieron mucho más.
Sin querer, hoy fui testigo de la convivencia de padre e hijo más noble y sincera. Durante una hora se siguieron: Pablo de guía y Tomás atrás de él —y yo detrás de ellos corriendo casi como un paparazzi— en veredas complicadas, subidas, bajadas que a veces, si les soy sincera, pensaba que Tomás no iba a poder y para mi sorpresa lo lograba y muy bien.
Se acompañaron en un silencio total: no se hablaron, no se quejaron; simplemente iban disfrutando su paseo con unas vistas maravillosas —hicimos la ruta de La Panorámica, en la que se ve todo el lago de Valle desde arriba de la montaña, ¡es espectacular!— y la compañía uno del otro, sabiendo siempre que iban juntos, pero cada quien concentrado en su pedaleo y su camino. Me pareció de lo más terapéutico tanto en lo individual como en su relación. Percibí un: “aquí estoy por si me necesitas, pero tú vas en tu camino, eres fuerte y puedes, así que sígueme”. Y así fue, en silencio, con respeto y esfuerzo porque el camino no era fácil.
Si les soy sincera me pareció de lo más conmovedor. Siempre o casi siempre he pensado que la convivencia entre padres e hijos tiene que ver con platicar, interactuar, jugar, pasear, y hoy me di cuenta que no, que hay otras maneras de convivir de manera increíble y muy profunda con un hijo y el deporte en común, es una de ellas. El deporte tiende a unir a las personas, pero cuando se trata de hacerlo entre papás e hijos me parece maravilloso, es una actividad en la que no hay edad, en la que en realidad nadie le está enseñando nada a nadie —o por lo menos ese fue el caso que viví hoy—, sino que simplemente comparten una actividad que a los dos les gusta, que los llena de satisfacción y de compañerismo; me pareció de lo más enriquecedor.
Yo no tengo bici de montaña ni Antonia tampoco. Por alguna razón, a veces me pasa, me resisto a ciertas cosas, y la bici de montaña ha sido una de ellas, lo cual es una tontería viviendo en Valle de Bravo con el monte al lado. Pero después de lo que vi y viví hoy, pienso que pronto Antonia y yo nos les vamos a unir, respetando sus paseos juntos, claro; pero si logro hacer lo que vi hoy en familia completa, esa complicidad… me doy por bien servida.
Canción que escuché durante el recorrido:
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