Estilo de vida

La naturaleza: medicina para el alma

Escrita en: Noviembre 08, 2020

La naturaleza: medicina para el alma

Este fin de semana nos fuimos a acampar a Santa Elena, Hidalgo. No sé si me alcance este artículo para describirles y platicarles lo que es esta belleza de lugar; un terreno de 1500 hectáreas aproximadamente. El dueño, persona que tiene todo mi respeto y gratitud, decidió, al parecer a pesar de varios miembros de su familia, mantenerlo como reserva natural y no hacer un desarrollo o campo de golf, pues para lograrlo hubieran tenido que talar la mitad del bosque, erosionar la tierra y quién sabe qué más.

Nos fuimos con dos familias que tienen hijos de la edad de los míos, salimos el viernes a las 2:00 de la tarde con la camioneta llena de cosas y tres niños de lo más ilusionados. Ya habíamos ido una vez, pero eran más chicos, por lo menos Simón no se acordaba y Tomás esa vez aún no andaba en bici; se tardó mucho, siempre le pasa, se tarda en encontrarle el modo a las cosas y luego es un pro. Este lugar es famoso por sus rutas tanto para hiking como para bici. Por cierto, increíble, pero cierto, sigo sin bici de montaña.

 

 

Nos paramos a comer en un restaurante del camino antes de meternos al monte —está lejos de la carretera, hay que manejar bastante— para tomar fuerzas para llegar a armar el campamento: tiendas de campaña, comida, prender el fuego, todo esto antes de que anocheciera, cosa que no logramos, pero dentro de todo estuvo muy eficiente. Llegamos con una neblina que juré que nos íbamos a congelar todo el fin de semana y, hasta eso, no fue así. En las noches hacía frío —sobre todo la segunda—, bastante, de hecho; dormimos los cuatro acurrucados entre sleeping bags y el edredón de mi cama que me llevé de México. En el día salía el sol y nos metimos a nadar al lago HELADO, pero más bonito imposible, y como es época de COVID, no dejan usar kayaks ni nada, asi que éramos los únicos con un paddle board que le regalaron a Nico —el hijo de mi amiga— por su cumpleaños. Cumple 11 mañana, de hecho, por eso se organizó el viaje.

 

 

Ya instalados hicimos unos hotdogs en la fogata —no sé por qué a los niños les encanta quemar salchichas y bombones en la fogata—, estuvieron felices y se fueron a dormir. Nosotros nos hicimos unas pizzas, también en la fogata. No hay nada más que un techo con una mesa, leña, un lugar para fogata, una llave de agua de manantial para tomar y para lavar los trastes y un baño seco, de bañarnos ni hablar, no está en la agenda de nadie, y lo mejor de todo: no hay electricidad y no hay señal de teléfono ni internet, es decir, desconección total y absoluta, un placer que se nos olvida. No estar pendiente del celular me parece que hoy en día es uno de los privilegios más raros y más espléndidos que nos podemos dar, y así fue, dos días enteros en donde el celular simplemente no contó en nuestras vidas, una verdadera delicia, estás en donde estás y punto.

 

 

Al día siguiente nos levantamos temprano y más con este horario. Te levantas en medio del bosque, con un lago espectacular al lado sin un ruido, a prender la fogata para hacer un café y el desayuno para los niños. Te das cuenta que no necesitas nada más. Cabe mencionar que el lugar está bardado, así que es de lo más seguro, lo cual en estos tiempos te da una tranquilidad enorme. Los niños se iban solos, por rutas perfectamente bien señalizadas, a andar en bici y regresaban muertos; no pararon, jugaron una cascarita con unas porterías que hicieron con troncos; fueron en el paddle board hasta la presa a echarse clavados; jugaron escondidillas en la noche bajo un cielo lleno de estrellas. Simón aprendió a andar en bici, estaba de lo más emocionado. El sábado hicimos una caminata alrededor del lago con los niños, como de cuento, una paz que hace mucho no veía, el lago es un plato enmarcado por el bosque y las montañas más bonitas que hay, podríamos haber estado en cualquier parte del mundo y estábamos a dos horas de la CDMX, ¡increíble!

 

 

Hoy domingo me levanté y me fui con Pablo —él en bici— a correr una hora, no podía regresar a México sin correr en ese bosque, lo disfruté como no tienen una idea. 

En estas épocas de pandemia y de crisis de salud,me doy cuenta más que nunca que tenemos que cuidarnos y cuidar lo que nos rodea, lo que nos da vida, estas 1500 hectáreas nos dan vida y merecen que las cuidemos como ellas a nosotros, no a medias, no en lo que “nos conviene”, sino como este señor que decidió regalarnos, más bien regalar al planeta 1500 hectáreas de oxígeno y se lo agradezco como no se imaginan.

Canción que inspiró este artículo: 

 

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