Cuando la edad te pega, ¿bueno o malo?
Escrita en: Octubre 30, 2020
Ni modo, para este artículo voy a tener que revelar mi edad: tengo 44 años; bien vividos, bien aprovechados y que me ponen hoy en una situación privilegiada.
Justo hoy en la mañana que me levanté le dije a Pablo: “Ahora si ya estamos grandes [él tiene casi 50, así que un poco más que yo] o, más bien, ya me siento grande”. Después de esta reflexión totalmente espontánea y sentida empezaron las carreras para llevar los niños a sus respectivas actividades y clases al aire libre y de ahí me fui a correr a la montaña con mi amiga Vera. Esas carreras ¡cómo son sanadoras y reflexivas! Para ambas, creo, son un verdadero placer.
Y cuando digo que me siento grande no es tanto en lo físico —para mi edad la verdad siento que estoy en excelentes condiciones—, como me dijo Andrea, mi amiga, una vez: “Eres la mejor versión que puedes ser de ti misma”, es de los piropos más bonitos que me han hecho en mi vida; como quiero a Andrea.
Me siento grande en un buen sentido, en el sentido que creo, sin sonar dramática, que la cuenta empieza hacia atrás, es decir, lo que vives hoy, ahora, hay que aprovecharlo al máximo porque no sabemos si lo vamos a volver a vivir. Estoy a la mitad de mi vida, literal, y se siente; se siente en el estómago, se siente en el corazón.
Aprovechar no significa querer hacer todo, querer estar aquí y allá, querer abarcar lo máximo, sino al contrario, querer poco o lo necesario pero quererlo bien, hacer poco o lo justo pero hacerlo bien, disfrutarlo, sentirlo. Sentir una bonita mañana camino a correr, sentir la sonrisa de un hijo, sentir el éxito en el trabajo y vivirlo, no correr al próximo proyecto, disfrutar a los amigos, a los verdaderos amigos; eso es sentir, detenernos a sentir. Nos la vivimos corriendo y hoy decidí que no quiero correr más, ya no tengo tiempo para correr, ahora tengo tiempo para ir más despacio, con más calma, de disfrutar más y de vivir más en el hoy y el ahora.
Una vez fui con un psicólogo, hace muchos años —15 más o menos—, y cuando terminé de hablar le dije: “Y ahora que hago”, y me contestó: “Madurar”. En su momento me chocó la respuesta porque me parecía algo imposible de lograr, hoy lo entiendo y hoy por fin estoy logrando el consejo que ese psicólogo me dio hace tanto tiempo. ¿Cómo llegué a eso? Con el tiempo, pienso que no hay de otra, es el proceso de la vida por el que todos debemos pasar.
¿Cómo me di cuenta que he madurado? Porque vivo mejor conmigo misma, sin tanta prisa, sin tanta ansia, aceptando mis defectos y de verdad haciendo un esfuerzo por cambiarlos; siendo más consciente del de al lado; siendo más presente con mis hijos, y no presencia física, presencia real; disfrutando más lo que tengo y cada vez me importa menos lo de afuera. Ese “¿qué dirán?” que por tantos años nos atormenta, confíen en mí, desaparece, lo prometo.
El viernes pasado comí con mi grupo de diez amigas desde chiquitas, casi nunca nos juntamos todas, primero, porque algunas no viven en México y segundo, porque siempre algo se atraviesa. Les voy a mandar este artículo para que lo lean porque estoy segura que en parte nos logramos juntar las diez porque sienten lo mismo que yo; esa amistad de años enriquece el alma y hay que aprovecharla al igual que todo lo que nos sucede todos los días.
Canción que inspiró este artículo:
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