He reflexionado mucho últimamente sobre el momento que estamos experimentando como colectivo, especialmente me llama la atención cómo las estructuras sociales se han visto afectadas por esta serie de cambios; en cuanto a la manera de convivir con otras personas, a la relación que vivimos con nosotros mismos, con los proyectos de vida, de trabajo, nuestros amigos y familia… Hemos lidiado con pérdidas de distintas índoles, aunque el proceso de luto, por decirlo de alguna manera, también está pasando por una transición. 

Hemos vivido varios tipos de pérdidas materiales e internas, así sea mentales o emocionales, y también de cosas tan sutiles e impactantes como las rutinas. Entonces, me pregunto: ¿cómo hemos integrado estas experiencias dentro de nosotros? Veo que hay muchos intentos de regresar a lo normal, a lo de antes, pero, ¿realmente eso es lo que va a llenar los vacíos o formar las nuevas estructuras internas? Reflexiono mucho sobre el bienestar general, la manera en la que actuamos y desde dónde tomamos las decisiones.

Estamos experimentando una transición atemporal, nuestra noción de los días y los años, internamente hablando, se ha modificado. Me ha pasado que me siento de la misma edad interna desde hace un par de años, como si dentro de mi mente no hubieran pasado los años, aunque han sucedido muchas cosas y definitivamente soy distinta de una manera inmensurable. A veces, esta reflexión resulta cuando veo o hablo con alguien que no escuché o vi en los últimos años, en la manera de conectar con las personas; muchas veces me toca escuchar solamente y observar con cariño lo que el otro trae dentro. Generalmente cuando hablamos estamos diciendo mucho más de lo nos damos cuenta y esto puede ayudarnos a realmente conocer lo que está guardado sin realmente estar integrado dentro de nosotros.

Regreso mucho a la palabra empatía, saber que todos traemos millones de cosas en nuestros mundos personales y que cada uno procesa las experiencias de formas distintas, me ubica en una realidad que no solamente es vista desde mi perspectiva, sino desde un lugar compasivo con los demás, saber que todos estamos intentando hacer lo mejor en estos momentos de manera individual y que realmente los miedos y traumas están mucho más a flor de piel que antes. Es momento de apoyarnos unos a otros desde el amor, responder a cualquier agresión con compasión y tratar de cuidar lo que ponemos dentro de nuestras mentes y nuestros cuerpos.

En esta ocasión escogí una variación de la postura del camello, una con apoyo en la pared, en una estructura conocida que nos ayuda a sentirnos seguros, protegidos y estables; a veces esta sensación es lo que nos va a llevar a ser más empáticos en la vida diaria.

Para realizar esta postura nos colocamos de rodillas en el piso, a una distancia que puede variar de persona a persona; puedes comenzar muy cerca de la pared e irte alejando como vayas sintiendo que tu cuerpo se siente bien. Colocamos los empeines en el piso y la espalda frente a la pared; es muy importante reconocer que para practicar esta postura el cuerpo necesita haber realizado muchas posturas para abrir ingles, axilas y espalda. Las manos pueden comenzar en la cadera; al inhalar elevamos nuestros brazos al cielo y poco a poco llevamos el corazón hacia arriba y hacia atrás para intentar tocar la pared con las yemas de los dedos o la palma de la mano completa; una vez ahí, buscamos expandir la apertura de nuestro esternón o la puerta del corazón para que poco a poco nos conectemos con el amor infinito que vive dentro de todos los corazones humanos.

Fotografía principal: Sean Sinclair en Unsplash.

Fotografía interior: Blanca Oceguera.