Raíces profundas
Escrita en: Junio 11, 2021
Nuestro origen es siempre un punto de partida para ir detenidamente observando eventos de la vida que nos generaron algún tipo de memoria, algunas de gozo y otras que nos alejaron de nosotros mismos. Cuando nos vemos en una situación traumática es común que nos asustemos, que el miedo llene todos los espacios de nuestro cuerpo y mente para después desentendernos de la realidad, almacenando sus efectos en lugares recónditos. Aunque parezca simple, esto lo seguimos repitiendo a lo largo de nuestros días, algunas veces hasta olvidamos los detalles o la historia completa de los eventos sucedidos y nuestra habilidad de ver el día a día se ve nublada por confusión.
Es tan fácil desasociarnos de nosotros mismos, de andar por la vida pretendiendo que nada sucede, poniendo atención en detalles que nos distraen del amor, que muchas veces evitamos ir a lugares de nosotros que nos asustan o que nos generan incomodidad. La vida puede parecer de pronto una ilusión de placeres sensoriales externos, donde si no buscamos la pausa para observarlos e integrarlos los seguimos repitiendo hasta generar un vacío de irrealidades.
Este proceso introspectivo requiere humildad, coraje y amor, un balance entre lo que buscamos afuera y lo que buscamos adentro. Vale la pena darse un momento adentro, profundo, sin importar que tan largo o corto sea mientras sea sincero con nosotros mismos, donde nos abracemos con cuidado y calma, donde la ternura nos permita aceptar todo lo que no es cómodo.
La paloma es una postura que recuerdo muy bien la primera vez que la practiqué, una forma nueva en el mismo cuerpo, que resonaba desde las raíces de la cadera. Probablemente nunca antes había sentido los músculos, ligamentos y huesos de esta parte de mi cuerpo en una forma tan especial; una combinación entre la sensación de estiramiento intenso, casi dolor y una sensación de humildad por abrir nuevas partes de mis raíces.
Esta postura requiere calentamiento previo de las articulaciones de las piernas, incluyendo tobillos, rodillas y caderas, así como posturas que promuevan la flexibilidad de la parte posterior de las piernas y una espalda baja dispuesta a ir hacia el frente. Para realizar esta postura me gusta mucho partir del perro boca abajo, elevar la pierna derecha al cielo para, a continuación, impulsar el pie al frente, en medio de las manos. Poco a poco ir moviendo el talón y la punta del pie para así consecutivamente terminar con el talón hacia afuera, el pie en flex y los dedos apuntando hacia la esquina derecha del tapete para proteger la articulación de la rodilla; la cadera derecha puede estar soportada por un bloque, una almohada, una cobija o tocar directamente el isquion al piso, dependiendo del nivel de flexibilidad de cada persona. El torso puede quedar elevado o podemos llevar a la columna hacia una flexión al frente con los brazos a los costados de los oídos o simplemente donde se sientan cómodos. La clave más importante de esta postura es respirar, sostenerla por largo tiempo y realmente utilizarla como un momento humilde y sincero con nosotros mismos. Esta postura la siento como una oportunidad de reconciliarnos con los miedos, traumas o temas más profundos con respecto a nuestra relación con el mundo material, el mundo de las formas.
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