Yoga, encontrando a tu maestro
Escrita en: Julio 02, 2020
Durante mi vida he practicado toda clase de deportes. Algunos tan comunes como el fútbol y otros un poco más inusuales como el highline (cuerda floja a cientos de metros de altura).
Fui campeón de ciclismo de descenso (downhill), competí en eventos nacionales de escalada universitaria y fui gimnasta algunos años. Nunca he disfrutado ir al gimnasio tradicional y me aburro fácilmente si no me siento retado por la actividad. Nunca sentí interés por el yoga, aun así, participé en algunas clases como invitado de mi madre, mi pareja o alguna amiga. Cada clase era un poco diferente, en algunas la maestra realizaba los ejercicios mientras hablaba y en otras solo daba instrucciones, en algunas me corregía la postura y en otras no, unas tenían música, otras cánticos y otras nada. En general las clases me parecían lentas y poco retadoras; así que, durante muchos años pensé que el yoga era para señoras y hippies. Estaba muy equivocado.
Un buen día estaba escalando boulder en Adamanta, un gimnasio en el poniente de la CDMX, cuando decidí pararme de manos sobre un mueble. Mientras me encontraba de cabeza con los pies descalzos en el aire y mis hombros apretados para mantener el equilibrio, escuché un fuerte llamado, algo así como: “¡ey tú, ven acá!”. Para mi sorpresa, cuando baje había un grupo de chicas guapísimas viéndome y una de ellas me estaba apuntando con un dedo. Yo muy sorprendido volteé a ver a mi alrededor pensando que seguro le hablaban a alguien más y al percatarme de que si me hablaban a mí, me acerqué tímidamente a ellas. Resultó que eran amigas de un amigo y comenzamos a platicar, me preguntaron sobre mi técnica de parado de manos y se sorprendieron cuando les dije que no tenía nada que ver con yoga. Seguimos escalando un buen rato y al final de la sesión me invitaron a su clase de yoga que era al día siguiente. Todo el episodio suena demasiado bueno para ser cierto, ¡pero lo fue!
Las chicas de Adamanta me invitaron a la clase de las 8:00, yo llegué temprano y sin conocer a nadie tomé un mat, caminé al centro del salón y me coloqué frente a la maestra. La pequeña habitación se llenó a reventar y la clase comenzó con unas secuencias básicas de saludos al sol, posteriormente pasamos a otras secuencias y para mi sorpresa, en cada cambio de postura siempre había como transición, un parado de manos; esto me pareció divertidísimo, ¡por fin había encontrado una clase retadora e intensa! Al finalizar la clase, yo estaba rendido y relajado al mismo tiempo, mi cuerpo estaba feliz. Así seguí durante un par de años, entrenando varias veces a la semana y viajando con la comunidad en retiros de yoga. A través de mi práctica sané muchas heridas y con ayuda de mis nuevos amigos superé momentos difíciles en mi vida.
Antes de mi primera clase en UAN Yoga tenía una idea un tanto errónea sobre el yoga. Pensaba que se trataba de aeróbicos o ejercicios de estiramiento y balance, cuando en realidad esta práctica va mucho más allá que cualquier otro deporte convencional. A través de esta práctica he aprendido a respirar, a escuchar a mi cuerpo y a meditar, también conocí a grandes amigos y una comunidad que comparte mi filosofía. Pero antes de llegar aquí, pasé por al menos diez estudios de yoga y maestros diferentes con los que no conecté realmente. Existen muchas variantes de yoga y cada maestro da su clase de manera diferente; así que si no has encontrado una clase que disfrutes, no desesperes y no te cierres a la posibilidad de practicar esta disciplina que te va a enseñar mucho sobre tu cuerpo y mente, ¡ya encontrarás a tu maestro ideal!
Si te gustaría probar una clase de yoga con mi maestra, ¡estás de suerte! Debido a la pandemia, las clases se están impartiendo en línea y puedes contratarlas directamente dando clic aquí: Yoga con Pau Salomon.
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