Regresar al deporte después de una lesión
Escrita en: Octubre 02, 2020
A todo se acostumbra uno. Como les platiqué, hace un par de meses me rompí el dedo del pie. Nadando en el mar me pegué con una piedra… ¿Cuál es la probabilidad?, en fin… Resulta que en la última radiografía —después de semanas—, me enteré que no había sido un dedo sino dos; igual ya daba lo mismo: ¡había inmovilizado el pie completo por dos meses!
Nunca me había roto nada y la verdad, gracias a Dios, me lastimé poco, lo cual es una bendición para alguien tan activo como yo. Cuando me pasa algo, lo primero que pienso es que voy a tener que dejar de hacer ejercicio, lo que me pone de muy mal humor. El ejercicio es parte de mi vida, de mi rutina diaria.
Hace dos semanas empecé a hacer ejercicio poco a poco: a correr media hora, a hacer yoga con cuidado, pero resulta que cuando te empiezas a mover normal de nuevo, lo que te rompiste ya no es lo que te duele, sino todas las partes del cuerpo que durante ese tiempo modificaron su movimiento natural para proteger el hueso roto. En mi caso fue la pierna y cadera derecha, cojeé tanto tiempo que cuando empecé a caminar normal estaba totalmente chueca, sí, chueca, es decir, tenía una cadera más alta que la otra. Para el final del día el dolor era insoportable, no podía estar sentada y menos manejar.
Los citadinos tendemos a pensar que para las cosas importantes siempre hay que regresar a la ciudad; este es mi caso, pero poco a poco me doy cuenta que no es cierto o por lo menos no para todo. Tenía un fisioterapeuta-psicólogo que me curaba cualquier dolor, no importa la intensidad, en una sola sesión, una maravilla, le decíamos Aaron Sanador. Resulta que Aaron se fue a vivir a Cancún, otro más que salió huyendo de la ciudad.
En Valle hay una comunidad maravillosa, un sentido de solidaridad que, por lo menos yo, nunca había vivido antes, ni con mis amigos más cercanos. Tuvimos que venir a la ciudad Pablo y yo y dejé a mis tres hijos —el más chico de cuatro años— con la señora que nos ayuda. Las mamás de sus nuevos amigos y vecinas los llevaron, tarjetón. Incluso, aunque ellas no tuvieran que llevar a sus hijos, llevaban a los míos, estaban pendientes en todo momento ¡y las llevo conociendo un mes! ¡Algo increíble!
Todo esto viene porque con Lalo, un amigo —él y Mica, su esposa, tienen en Valle un restaurante-vivero que más bonito, imposible—, estaba tomándome un café de leche de macadamia que ellos mismos hacen en su divino lugar —una cosa de locos— y le platiqué de mi dolor, me dijo: “Ve con Rosa Elena, te vas a morir”. Ya no quise preguntar en qué sentido me iba a morir, pero era tal mi dolor que al día siguiente —domingo— estaba con Rosa Elana a las 12:00 del día, lista para lo que fuera. Resultó que encontré a mi Aarón Sanador versión mujer. Me curó en una sesión, de dos horas eso sí. En cuanto entré ella fue la que me dijo: “Levántate la camisa, déjame ver tu cintura. Con razón, tienes una cadera más arriba que la otra, ¡estás toda chueca! Acuéstate boca abajo”. Y así, poco a poco, con unas manos, un conocimiento del cuerpo y una paciencia de locos, ¡me curó! Para que me entiendan, al final la abracé y lloré, te acomoda todo el cuerpo de tal manera que también te acomoda los sentimientos, te saca lo que traes atorado y te libera, una maga total. Al siguiente domingo estaba con ella de nuevo por un ligero dolor que me quedó, que ya me quitó, obvio. Hoy viernes le hice cita a mi amiga Lucía que me viene a visitar y el sábado va Pablo, mi esposo.
Total, gracias a Rosa Elena ya pude correr mejor. El otro día fui con Vera —amiga reciente, pero muy querida— a correr a la montaña y fue otra cosa. Ya voy a empezar a dar mis clases de Kentro. A decir verdad me daba flojera, como que a todo se acostumbra uno y ya me había acostumbrado a ser alumna y estaba contenta, pero ayer hice una prueba de clase para el nuevo portal que vamos a lanzar de clases en vivo y me di cuenta que lo extrañaba y que me encanta dar clases.
Todo esto me dejó varias cosas: la primera, que tristemente no es lo mismo una lesión a los veinte o treinta que a los cuarenta, es decir que ya estoy grande —aunque no tanto—; la segunda, que todo el cuerpo está conectado; lo tenía muy asimilado, pero creo que más a nivel teórico que real, ahora, con esta lesión me di cuenta que es totalmente cierto y que hay que cuidarlo todo para que funcione bien, y un cuerpo sano es de los mayores privilegios que uno puede tener y lograrlo no está en nadie más que en uno mismo.
Canción que me inspiró:
Fotografía: Adobe Stock.
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