Como ya les había platicado, a raíz del covid-19, decidimos mudarnos a Valle de Bravo; una decisión que ahora veo tremendamente acertada y más cuando tienes tres hijos chicos y te da terror verlos conectados a una computadora y encerrados en un departamento. Aunque cada vez se puede salir más, la vida para los niños es mucho más limitada, no los dejan entrar casi a ninguna parte y se vuelve todo muy monótono.

Oficialmente vivo en Valle hace dos semanas, las cuales les tengo que confesar que se me han pasado volando y no solo a mí; mis hijos me dicen que los días se les hacen mucho más cortos ahora. Llegamos en plena época de lluvias, lo que antes me parecía fatal: “No hay que ir a Valle, qué flojera, llueve todo el día”. Hoy me parece una maravilla: perderle el miedo a la lluvia, a mojarse, y creo que esto dice mucho más que solo eso: es volver a tener contacto con la naturaleza tal cual es. Si en esta época no sales porque llueve, prepárate para encerrarte peor que en la cuarentena. El outfit de la casa es: botas de lluvia y siempre un impermeable a la mano. Perderle el miedo a ensuciarnos de lodo y a tener que cambiar de zapatos un par de veces al día, ha ido acompañado de levantarme en las mañanas y llevar a mis hijos a donde tengan que ir con el bosque mojado como paisaje y el frío de montaña de la mañana. No tiene precio, ni para mí, ni para ellos… ¡Ah! y con cero —y en serio digo cero— tráfico.

La vida de campo —y tal vez esté un poco exagerado el término, pero para un chilango de hueso colorado sí lo es— es una maravilla. Haces el super prácticamente en el camino a donde sea que vayas. En cualquier lugar hay puestos de fruta y verdura fresca, del día, e infinitamente más barata de lo que podría pagar en cualquier lugar de la ciudad; una cantidad de pequeñas tienditas de productos orgánicos deliciosos de productores locales; actividades de todos tipos —al aire libre por el momento— para los niños y una comunidad sorprendentemente amable e incluyente. Porque aparte, como ya se podrán imaginar, no somos la única familia a la que se le ocurre salirse de la ciudad en tiempos de covid… Hay una migración importante a muchas partes de la República, lo cual me parece bien y espero que los lugares —como Valle— no lo resientan; que no llegue el citadino “colonizador” a quitarle su identidad y naturalidad; suele pasar y me parece horrible. Creo que debe de haber un respeto enorme por el lugar, al final de cuentas somos nosotros los que llegamos aquí y hay que considerar y adaptarse a la forma de vida más sencilla e infinitamente más enriquecedora y tranquila.

Sigo con mi dedo roto, el doctor me dijo que estoy a un 80% de recuperación, así que aun no he podido hacer mucho ejercicio, lo cual me mata. Espero el momento en el que pueda volver a subir a correr a la montaña y tomar clases de yoga. Aquí hay excelentes maestros, además,  dar mis clases de Kentro, creo que con esto será aún mejor. 

Siempre me han caído fatal las personas que dejan de vivir en la Ciudad de México y nos ven para abajo, como si vivir en la ciudad fuera un suplicio cuando han vivido toda su vida ahí. Ahora, fuera de la ciudad, entiendo por qué lo piensan; sin embargo, espero nunca llegar a ese límite. La ciudad tiene sus cosas increíbles, pero probar la calma y ritmo de un lugar más pequeño me ha parecido una gran gran experiencia. Espero que así siga, ya les platicare.

Canción que inspiró este artículo: