Corrí muchos años de mi vida, incluso, como ya les había contado, hace varios años corrí el Maratón de Chicago. Fue una experiencia increíble, pero para mí irrepetible; la satisfacción es enorme, pero viene acompañada de un desgaste también enorme que me parece adecuado solo para cierta edad.

Para ser sincera, hace unos años le perdí el gusto a la carrera, me aburría, y con Kentro en mi vida me quedaba poco tiempo para hacer algún otro deporte. Ahora, con la pandemia y el cierre de clases presenciales, (aunque sigo dando clases por IG y por Siclo+) me ha dado tiempo y sobre todo ganas de hacer ejercicio al aire libre de nuevo. 

Esta pandemia me ha dado la oportunidad de estar bastante tiempo fuera de la CDMX, por lo que no dudé en retomar este deporte olvidado para mí: en el campo, en la playa (con Kala, mi perra; la tenemos hace poco y es un gran aliciente para salir a la calle). El placer de salir, respirar el aire puro, las vistas, los caminos, nada te lo da igual que la carrera; es un sentimiento de libertad y de introspección absolutas, eres tú, tus tenis y el camino que escojas, no hay más, te da una sensación de fuerza interior y de seguridad, de que puedes con todo, con cualquier obstáculo, de que no hay límites. 

Sin dejar estas carreras maravillosas en la montaña o a la orilla del mar, tengo que confesar que las carreras en la ciudad, en especial en la CDMX, son las que más me inspiran; eres un transeúnte independiente del resto, vas en lo tuyo, pero sin embargo te da la oportunidad de observar, de manera más profunda de lo que parece, a la gente que pasa o lo que pasa a tu alrededor. Personas que van caminando al trabajo, en su mayoría; unas van con prisa, otras no, cada quien va en lo suyo; jóvenes con sus audífonos y su backpack con la vestimenta más formal que pueden tener para ir a la oficina; viejos que se ven cansados pero que sin embargo no tienen de otra más que seguir trabajando y ahí están temprano; hombres y mujeres de todas las edades, de alguna manera me conmueve, me conmueve muchísimo pensar qué hay detrás de cada cara que paso, ¿de donde vendrán? ¿Qué dejarán en sus casas para ir a trabajar? ¿Les gustará su trabajo o no? Tiendo a pensar que no, tal vez porque nunca fui tan feliz trabajando como el día que me independicé y logré poner mi propio negocio.

Ahora veo una ciudad más limpia, con menos coches, pero con más incertidumbre, más temerosa, más a la expectativa, se ve en la cara de las personas, la atmósfera es otra. Sin embargo, todos van jalando hacia adelante con lo que cada quien tiene y puede. Repito, me parece muy conmovedor. 

Sitios de taxis que ahora esperan pacientes a los pocos clientes que puedan tener, meseros afuera de los restaurantes, con menú en mano, esperando la llegada del escaso 30% de gente que pueden atender, eso sí, todos con sus tapabocas y haciendo un esfuerzo por seguir estas nuevas normas de higiene de las cuales depende su trabajo. Así tengo miles de ejemplos, ninguno pasa desapercibido y todos me llevan a una reflexión diferente.

Siempre que salgo a correr en la CDMX regreso con grandes cuestionamientos, pero también con un gran sentimiento de agradecimiento y de inspiración por estas personas que veo, desconocidas, pero que por unos momentos no lo parecen tanto.  

El cansancio al terminar de correr no lo sientes con ningún otro ejercicio, es un cansancio parejo, sientes que lo diste todo; si algún corredor lee este artículo sé que sabe de lo que estoy hablando y que en efecto no hay deporte como la carrera. Espero no volver a dejarla de lado.

Canción que inspiró este artículo: