Flotar en la incertidumbre
Escrita en: Septiembre 18, 2020
Las aves siempre han llamado mi atención. La manera en la que se suspenden en el aire y fluyen con las corrientes de viento que cruzan a través de su plumaje, me hacen imaginar una sensación de calma y absoluta conexión con el elemento aire.
La soltura y elegancia de los movimientos de sus alas, donde hay cierta sensación de libertad y confianza, me remiten mucho a la posibilidad de dar un salto al vacío y soltar. Muchas veces cuando están emprendiendo el primer vuelo existen dudas, cierto miedo a lo desconocido. Aunque su propia naturaleza es mucho más sabia, el primer vuelo es un acto de fe y confianza que no depende de saber o no saber hacer las cosas, sino dejarse llevar por el balance de las fuerzas de la naturaleza, donde no hay mente.
En varias partes del mundo los cuervos se han considerado animales espirituales, fueron venerados por distintas culturas antiguas como un dios. Poseen mucho misticismo, pues pueden ser considerados mediadores entre la vida y la muerte; la reflexión y la memoria; representan transformación. En algunas otras culturas se le considera el antecesor de la vida humana, el que acercó al hombre a la luz del día.
El cuervo o bakasana —su nombre en sánscrito—, es una postura de balance sobre los brazos que requiere de un calentamiento previo de hombros, bíceps y tríceps, así como de muñecas y codos. Genera mucha confrontación porque es una postura de equilibrio donde la cabeza está adelante de las manos, lo que nos impulsa a encontrar un equilibrio en la parte central del cuerpo.
Para realizar esta postura podemos comenzar desde uttanasana, o la flexión al frente profunda, colocando las palmas de las manos en la Tierra para desde ahí buscar la estabilidad de la gravedad. Abrir los dedos de las manos y colocar los dedos pegados al piso nos ayudará a construir una base más sólida para después doblar los codos apuntando hacia atrás y comenzar a colocar la parte interna de la rodilla sobre los tríceps, justo arriba del codo, buscando hacer una palanca entre el hueso húmero y la parte cóncava de la rodilla para que estas dos hagan clic y se logre generar estabilidad. Al principio puedes dejar tus dos pies en el piso, intentando levantar poco a poco un pie y después el otro. La cadera se levanta; la vista se encuentra en el piso, justo adelante de las manos para que los ojos sirvan como ese rayo láser que es el tercer punto de apoyo donde se proyecta la intención, la energía para lograr el balance. Me parece mucho más una postura de equilibrio y confianza que de fuerza de brazos.
Lograr esta postura requiere de confiar, es tocar con esa sensación de miedo por un instante y, de pronto, solamente confiar en empujar las manos hacia la Tierra, conectarse con su energía y desde ahí abrir las alas para flotar en el vacío de lo desconocido; dejar que la mente se calme y que la respiración, junto con la inteligencia neuromuscular, reaccionen ante el miedo con amor y paciencia. Respirar en el vuelo y flotar en el equilibrio natural de confiar en el momento presente.
Fotografía principal: Chris Sabor en Unsplash.
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