El elemento agua es el que más predomina en el cuerpo humano. En nuestro cerebro hay setenta por ciento agua, en la sangre ochenta por ciento y en los pulmones noventa por ciento; además de toda la mucosa entre órganos y otros líquidos. El agua que se encuentra en las células ayuda a transportar proteínas, carbohidratos y demás sustancias alrededor del cuerpo, también ayuda a transportar los desechos que ya no necesitamos, por ejemplo: a través del llanto o del sudor; no solo desechos físicos sino también desechos emocionales, lo que nos ayuda a mantenernos sanos en varios planos.

El agua es el elemento que se relaciona con el segundo centro energético, nuestro segundo chakra llamado svadhisthana, se traduce del sánscrito donde sva significa ser y adhisthana significa asiento; el lugar donde se inicia la expansión de nuestra individualidad, nuestra casa individual. Se localiza en los órganos sexuales y se relaciona con la capacidad de disfrutar de los ritmos y ciclos de la vida. Aquí también se encuentra nuestra creatividad, nuestros sueños, deseos y más profundos anhelos.

Las distintas características del agua hacen que sea un compuesto vital para nuestra vida. La capacidad de observación de sus estados físicos y cómo logra moverse dentro de ellos, me llevan siempre al mar, ese inmenso ser que hospeda a la mayor parte de los animales del planeta y que se mantiene en un movimiento constante ante nuestros ojos. Las olas cambian, algunas son pequeñas y suaves, otras son más grandes y llenas de energía, pero al final del día es la misma agua en constante transformación.

Los barcos fluyen sobre el agua, flotan y se mueven con ella; cuando la marea es baja el camino es tranquilo y ni siquiera se siente, pero cuando el mar anda bravo hay que poner mente y cuerpo alerta como en la postura de navasana, o postura del barco, donde, cuando es sostenida por largo tiempo, podemos notar el trabajo interno de los músculos desde el piso pélvico, los pequeños músculos que soportan los esfínteres, la pared abdominal y todas sus capas. Es claramente una postura que activa nuestro segundo chakra y nos lleva a alguna confrontación mental al sentir todos estos músculos trabajando para sostener la postura, es una buena oportunidad para fluir entre las olas de estos pensamientos y observarlos. Así como el viento mueve también al barco, también nuestra respiración nos ayuda a fluir en una postura que puede sentirse intensa y que a veces nos hacen temblar.

Existen muchas variaciones en esta postura. La postura clásica comienza sentado en el piso, con los dos isquiones bien apoyados en el piso, las rodillas flexionadas con las plantas de los pies apoyados en el piso; las manos se encuentran en las corvas de las rodillas para que desde ahí se pueda alargar la columna desde la base del coxis y poco a poco sentir el espacio entre las vértebras, abriendo el pecho y separando las clavículas una de otra. Exhalamos totalmente para conectar con los músculos del piso pélvico, esfínteres, abdomen bajo y, desde esa fuerza, levantar los pies del piso en una inhalación para llevar los pies aproximadamente a la altura de las rodillas o hasta donde alcance el cuerpo mientras la columna siga en extensión, las manos pueden quedarse atrás de las rodillas o llevarlas hacia los costados del cuerpo, la mirada puede ir hacia los dedos de los pies para que nuestro barco tenga un punto de dirección o hacia el horizonte para flotar hacia el futuro manteniéndonos fluyendo en el presente.

Fotografías: Blanca Oceguera.