Lesiones: siempre nos enseñan algo
Escrita en: Agosto 12, 2020
Nunca he sido paciente, y con los años, si les soy sincera, cada vez lo soy menos. Si algo me da aire para lograr ejercer mi escasa paciencia, es el ejercicio, un escape diario que me proporciona un tiempo preciado para estar sola, para pensar, para no hablar. Cada vez pienso más que a la gente no le gusta estar sola y a mí, todo lo contrario, conforme pasa el tiempo lo disfruto más, tal vez sea porque siempre tengo a alguien a mi alrededor: esposo, hijos, pidiendo algo, platicando o simplemente hay algo que hacer para alguien o para algo. Cada vez me vuelvo menos dependiente, cada vez disfruto más estar conmigo misma, lo que me hace pensar que tal vez he madurado.
De varios años para acá me aficioné a la lectura, actividad que mi mamá, lectora empedernida, me trató de inculcar desde chica, pero como bien sabemos (sobre todo los que somos padres) solo hace falta querer impulsar algo en un hijo para que no se dé. Y así fue, nunca sucedió hasta que yo sola, sin presión, me interesé por los libros. Mi mamá siempre me dijo: “los libros serán tu mejor compañero”, palabras que en su momento eché en saco roto y hoy aprecio enormemente. Me atrevería a decir que a mi familia no le gusta cuando me pico con un libro, porque puede pasar lo que sea, como el día lluvioso de hoy en la playa, que yo me entretengo y me sumerjo en mi lectura mientras ellos están esperando una actividad que hacer juntos o que les puedo organizar… Estoy intentando con mis hijos lo mismo que mi mamá hizo conmigo en su momento y obvio no logró; no abren ni un libro… ya vendrá, espero.
Todo esto viene porque nos vinimos de última “vacación” de verano, y lo pongo entre comillas porque desde marzo estamos en una vacación/homeschool/trabajo a medias, eterna, que parece no terminar (hay cosas que me gustan, no todo es malo) y los papás hacemos malabares para que la situación se lleve lo mejor posible y más los que contamos con poca paciencia y un trabajo que hacer.
Llegamos a Puerto Escondido en avión, cabe mencionar que ya no tan civilizado como una vez lo describí; se está acabando la tolerancia/respeto al covid-19 a pasos agigantados, lo cual me da mucha pena y me enoja enormemente. El primer día que nos metemos al mar, ¡felicidad total! Abrazos, risas, gozadera absoluta... y que viene una ola y por proteger a Simón —de 3 años— de que chocara con una roca, choqué con otra y me rompí el dedo del pie. Nunca me he roto nada, soy una persona bastante sana, pero sin dudarlo desde ese instante supe que me había roto el dedo, dejé a mis hijos con la vecina y con Tencha, quien nos ayuda hace siete años. Fuimos al Hospital Ángel del Mar —el hospital local de Puerto Escondido—, mejor atención imposible, en media hora estaba afuera con un diagnóstico, una radiografía y sin haber dejado el resto de mi cartera en el lugar. El resultado: cuatro semanas con un “huarache” postoperatorio. Lo primero que piensa alguien como yo es: “no voy a poder hacer ejercicio ni dar clases ¡en cuatro semanas!”. En fin, salí de ahí malhumorada, todavía fuimos al mercado y al super, nunca he sido quejosa, aguanto bastante.
Y ya en el camino de regreso a la casa, pensé que tal vez sea un momento para tomarlo con calma; no levantarme de la cama disparada para ir a correr o llevar a mis hijos a surfear temprano y que no me moleste no hacer ejercicio, simplemente porque no puedo, sería una oportunidad para acabar este verano tan poco común. Así que me organicé una rutina de yoga que me permite hacerla sin lastimarme el dedo y sin quitarme el huarache —que por cierto es una maravilla—, más estiramiento; dura media hora, pero algo es algo. Terminé mi libro y empecé otro de inmediato y me di cuenta que la situación no es tan grave, que habrá que tener paciencia y aprovechar los momentos que le daba al ejercicio para pasar más tiempo con mis hijos en la mañana o para leer en pijama en la cama.
Canción que inspiró este artículo:
Noticias relevantes
Nuestro equipo
Conoce a nuestro equipo